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lunes, 19 de febrero de 2018
domingo, 6 de marzo de 2016
domingo, 21 de febrero de 2016
miércoles, 18 de febrero de 2015
Qué hacer cuando un hijo dice "te odio"
No siempre es fácil lidiar con un niño. A veces hay enfados, algún grito, alguna amenaza... Si el pequeño se siente acorralado o las cosas suceden como no estaba previsto, puede enfurruñarse. Hasta tal punto, que puede llegar a buscar las palabras más desagradables para dañar a sus padres. Las palabras más desagradables dentro del vocabulario que el niño conoce, claro. Decir "ya no te quiero" o "te odio", suele ser el recurso más fácil. Y el más común.
Becky Bailey (aquí un vídeo demostrativo de sus técnicas ) es una psicóloga infantil estadounidense especializada en enfrentarse al enfado de los hijos. Bailey explica los motivos por los que un niño puede llegar a dañar tanto: "Están aprendiendo a vivir con sus emociones, no las controlan y no las conocen. En un momento pueden estar contentos y riendo de emoción y al segundo siguiente ponerse a llorar desesperados por algo que les ha molestado. En esas turbulencias difíciles de controlar, aparece la decepción, algo que ellos no entienden, y terminan culpando a sus padres de lo que sienten".
Sal Severe, autor de 'How to behave so your children will, too!' lo simplifica todo: "Tu hijo quiere que sepas que está enfadadísimo y esa es la única manera que tiene de hacértelo saber".
La primera vez que un padre oye ese "te odio" puede sentir un fuerte dolor en el pecho, ganas de llorar o incluso ganas de mandar a su hijo bien lejos. ¡Alto! ¿Qué hay que hacer cuando tu hijo te dice que te odia? Veamos algunas propuestas de los expertos en psicopedagogía.
- Enseñar a sentir. Lo primero que hay que hacer con los niños, digan lo que digan, es hacerles entender lo que les sucede. Largas parrafadas dando consejos, explicaciones concretas y sencillas sobre los sentimientos... Estamos hablando de niños pequeños, niños que no saben lo que les ocurre y que necesitan a sus padres para enfrentarse a sí mismos. Pon nombre a sus emociones.
- Dale opciones. Si un niño se ha enfadado porque no le dejas tener algo que desea con toda su fuerza, puedes intentar ofrecerle una alternativa. "Como no puedes jugar con la muñeca podríamos coger un libro y leerlo juntos", "las galletas son para después de la cena, puedes comer otra cosa dulce, como un plátano o una manzana".
- Comprende su enfado. Los niños necesitan expresar su enfado y lo hacen con sus armas. Intenta entender lo que le sucede y ponte en su lugar. ¿Qué dirías si tus instrumentos lingüísticos fueran limitados y estuvieras muy muy enfadado?
- No lo tomes en serio. Puede sonar doloroso pero no debes creer a tu hijo cuando te dice que te odia. Se expresa con las palabras que ha escuchado antes y seguramente en algún momento habrás dicho que odias esperar el autobús o que odias el queso o que odias que te digan tal cosa. Los niños absorben y actúan después. Lo que está claro es que en ningún momento sienten eso que dicen. No te odian, ni te han dejado de querer.
- No respondas. Nunca. Si entras en el juego de su provocación el pequeño habrá logrado lo que deseaba (lo que siempre desea): tener tu atención. Intenta no hacerle caso, no entrar en una discusión con él y mostrarte clamado en todo momento. Cuando arrecie la tormenta ya podréis hablar.
- Dile que le quieres y pídele que se disculpe. Es fundamental, en todo caso, que entienda que no es correcto lo que ha hecho y que te ha dañado. Una vez se haya calmado, explícale cómo le quieres, el porqué de lo que has decidido y le ha provocado, y dile que debe pedir perdón por haberte ofendido.
- SILVIA TAULÉS
- FUENTE: http://www.elmundo.es/yodona/2015/02/09/54d48e8aca4741d70b8b4572.html?cid=SMBOSO25301&s_kw=facebookCM
domingo, 8 de febrero de 2015
viernes, 9 de enero de 2015
viernes, 26 de septiembre de 2014
domingo, 9 de febrero de 2014
domingo, 26 de enero de 2014
domingo, 19 de enero de 2014
Deja de gritar.
¿Qué sucede cuando le gritas a tus hijos? Conoce la historia de una madre que cambió su vida y su manera de relacionarse con su familia.
Como madre, le doy un gran valor a cada nota que recibo de mis hijas, ya sean garabatos indescifrables o cartas con caligrafía perfecta. Pero el Día de la Madre recibí de mi hija de 9 años un poema que significó mucho para mí. De hecho, la primera línea me hizo contener el aliento mientras cálidas lágrimas se deslizaban por mi rostro.
"Lo importante de mi mamá es... que siempre está ahí para mí, incluso cuando me meto en problemas."
Verás, esto no fue siempre así.
En el medio de mi vida extremadamente distraída, comencé una nueva práctica que era muy diferente a mi comportamiento usual. Me convertí en una gritona. No lo hacía siempre, pero eran momentos que vivía muy intensamente, como cuando se infla demasiado un globo y éste explota, causando sobresalto y temor.
Pero ¿qué me hacía perder la calma ante mis hijas de 3 y 6 años? ¿Era que ella insistía en buscar tres collares más y sus anteojos favoritos cuando ya estábamos llegando tarde? ¿Era que quería servirse sola su cereal y tiraba la caja entera en la mesa de la cocina?
¿Fue que ella se tropezó y rompió un ángel de vidrio que era muy especial para mí, a pesar de haberle dicho que no lo tocara? ¿Fue que luchó como un boxeador para no dormirse justo en el momento en que yo más necesitaba paz y tranquilidad? ¿Será porque las dos pelearon por cosas insignificantes como por ejemplo, quien era la primera en salir del coche o
la que tenía más salsa de chocolate en su helado?
Si, eran ese tipo
de cosas típicas que les suceden a los niños que me irritaban hasta el punto de hacerme perder el control.
No es fácil reconocer esto. Así como tampoco es fácil revivir esa etapa de mi vida, porque, siendo honestos, me odiaba a mí misma cuando me sucedían esas cosas. ¿En qué me había convertido que tenía que gritar a las dos preciosas personitas que más amaba en la vida?
Déjame contarte como era mi vida en aquel entonces:
Mis distracciones:
El uso excesivo del teléfono, la sobrecarga de compromiso, mis extensas listas de tareas, y la búsqueda de la perfección me estaban consumiendo. Y gritarle a los que amaba fue el resultado directo de la pérdida de control que estaba experimentando en mi vida.
Inevitablemente, me derrumbé. Y lo hice precisamente en la intimidad de mi hogar
, en la compañía de aquellos que eran lo más importante en mi vida.
Hasta que un triste día…
Mi hija mayor se había subido en un taburete y estaba buscando algo en la despensa cuando accidentalmente tiró un paquete entero de arroz en el piso. Una lluvia de diminutos granos se esparció en el suelo. Al ver eso, los ojos de la pequeña se llenaron de lágrimas. Y fue ahí cuando pude ver el miedo en sus ojos al prepararse para el regaño violento de su madre.
“Me tiene
miedo”, pensé con la más dolorosa comprensión que te puedas imaginar. “A mi hija de seis años
le asusta mi reacción ante un inocente error.”
Con una profunda pena, me di cuenta
que no quería vivir así el resto de mi vida y que no era la madre que quería para mis hijas.
A las pocas semanas de ese episodio toqué fondo. Fue un momento
de dolorosa toma de conciencia que me impulsó en un viaje de liberación para desprenderme de las distracciones y comprender lo que realmente importaba en la vida. Fueron dos años y medio de ir reduciendo lentamente los excesos y las distracciones electrónicas…dos años y medio de liberarme de los estándares de perfección inalcanzables y de esa voz interna, guiada por las presiones sociales, que me decía “hazlo todo”.
Cuando fui abandonando mis distracciones internas y externas, la ira y el estrés que tenía reprimidos dentro de mí lentamente se fueron disipando. Más alivianada, fui capaz de reaccionar ante los errores y malas acciones de mis hijas de una manera más tranquila, compasiva, y razonable.
Por ejemplo, comencé a decir cosas como: “Es sólo jarabe de chocolate. No pasa nada, puedes
limpiarlo y la mesa de la cocina estará como nueva” (En lugar de lanzar una mirada furiosa y poner los ojos en blanco)
Me ofrecí a sostener la escoba mientras ella barría un mar de cereales que cubría el piso. (En lugar de quedarme de pie junto a ella con una mirada de desaprobación y absoluta molestia.)
La ayudé a pensar donde podrían estar sus lentes. (En lugar de quejarme por su irresponsabilidad).
Y en los momentos en que el agotamiento y la rabia estaban a punto de ganarme, entraba en el cuarto de baño, cerraba la puerta y me tomaba un momento
para respirar profundamente y recordarme a mí misma que son niños, y los niños cometen errores. Así como yo también los cometía.
Con el tiempo, desapareció el temor que una vez brilló en los ojos de mis hijas cuando estaban en problemas. Y gracias a Dios, me convertí en un refugio al cual acudir en tiempos difíciles, en vez de ser un enemigo de quien huir y esconderse.
No sé si hubiera escrito sobre esta profunda transformación si no fuera por el incidente ocurrido el último lunes. En ese momento
saboreé cuan abrumadora puede ser la vida y cómo las ganas de gritar pueden apoderarse rápidamente de mí. Estaba terminando los últimos capítulos del libro que actualmente estoy escribiendo y mi computadora se trabó.
De pronto los últimos tres capítulos que había estado corrigiendo desaparecieron frente a mis ojos. Pasé algunos minutos tratando de volver a la última versión del manuscrito. Cuando eso falló, intenté buscar si tenía guardada una copia de seguridad en la computadora. Al darme cuenta
que nunca iba a recuperar el trabajo, me dieron ganas de llorar, y aún peor… quise rugir como un león.
Pero no pude porque ya era la hora de recoger a los niños de la escuela y llevarlos a natación. Con gran moderación, cerré mi laptop muy tranquila y me recordé a mí misma que podría haber tenido un problema mucho peor que volver a escribir estos capítulos. Entonces me dije: no hay absolutamente nada que pueda hacer sobre este problema en este momento.
Cuando mis niños entraron al auto, inmediatamente se dieron cuenta
que algo andaba mal. “¿Te pasa algo, mamá?” Me preguntaron al unísono, después de haber tomado un vistazo de mi pálido rostro.
Sentí ganas de gritar: “¡Perdí tres días de trabajo
en mi libro!”
Tuve ganas de pegarle un puñetazo al volante porque el último lugar donde deseaba estar era sentada en el auto. Quería ir a casa y arreglar mi libro, no llevar a las niñas a natación, escurrir sus trajes de baño mojados, peinar sus cabellos enredados, hacer la cena, lavar los platos y acostarlas.
Pero en lugar de eso, dije con calma: “Me pone mal hablar en este momento. Perdí parte
del libro que estoy escribiendo. Y no quiero hablar porque me siento muy frustrada”.
“Lo sentimos mucho”, dijo la mayor. Y entonces, como si supieran que yo necesitaba soledad, se quedaron tranquilas todo el tiempo que estuvieron en la piscina. Durante el resto del día estuve más calmada que nunca, no les grité e hice mi mayor esfuerzo para no pensar en el asunto del libro.
Al final del día, después de acostar a mi hija menor me senté al borde de la cama de la mayor para conversar un rato con ella.
“¿Piensas que podrás recuperar tus capítulos? Me preguntó.
Y ahí fue cuando comencé a llorar, no tanto por los capítulos perdidos, ya que sabía que los podría reescribir. Sino que mi angustia tenía más que ver con lo agotador y frustrante que puede ser escribir y editar un libro. Había estado
tan cerca del final. Sentir que se me había arrebatado esa posibilidad fue increíblemente decepcionante.
Para mi sorpresa, mi hija se acercó y me acarició el pelo suavemente mientras me decía unas palabras muy tranquilizadores: "Las computadoras pueden ser muy frustrantes", "Yo podría echar un vistazo para ver si podemos recuperar los capítulos.” Y finalmente: "Mamá, tu puedes
hacer esto. Eres la mejor escritora que conozco", " Te ayudaré en todo que pueda".
En mis momentos difíciles, allí estuvo ella alentándome, muy paciente y compasiva, sin aprovecharse jamás de mi momento de debilidad.
Mi hija no habría aprendido nunca a ser empática si yo hubiera seguido siendo una gritona. Los gritos apagan la comunicación, rompen los vínculos, hacen que las personas se separen en lugar de acercarse.
"Lo importante es... que mi mamá siempre está ahí para mí, incluso cuando
me meto en problemas."
Lo importante es… que no es tarde para dejar de gritar.
Lo importante es… que los niños perdonan, especialmente si ven que la persona que aman está tratando de cambiar.
Lo importante es… que la vida es muy corta para enojarse por pequeñeces como el cereal derramado o zapatos fuera de lugar.
Lo importante es… que no importa lo que pasó ayer, hoy es un nuevo
día.
Hoy podemos elegir responder pacíficamente.
Cuando lo hacemos, le estaremos enseñando a nuestros hijos que la paz construye puentes, puentes que nos llevarán lejos de los problemas.
Traducido y adaptado al español por Maia Fernandez del artículo original en inglés “The important thing about yelling” de Rachel Macy Stafford publicado en su blog "Hands free mama".
- See more at: http://familias.com/importante-deja-de-gritar#sthash.LbCE8D6e.dpuf
FUENTE: http://familias.com/importante-deja-de-gritar

"Lo importante de mi mamá es... que siempre está ahí para mí, incluso cuando me meto en problemas."
Verás, esto no fue siempre así.
En el medio de mi vida extremadamente distraída, comencé una nueva práctica que era muy diferente a mi comportamiento usual. Me convertí en una gritona. No lo hacía siempre, pero eran momentos que vivía muy intensamente, como cuando se infla demasiado un globo y éste explota, causando sobresalto y temor.
Pero ¿qué me hacía perder la calma ante mis hijas de 3 y 6 años? ¿Era que ella insistía en buscar tres collares más y sus anteojos favoritos cuando ya estábamos llegando tarde? ¿Era que quería servirse sola su cereal y tiraba la caja entera en la mesa de la cocina?
¿Fue que ella se tropezó y rompió un ángel de vidrio que era muy especial para mí, a pesar de haberle dicho que no lo tocara? ¿Fue que luchó como un boxeador para no dormirse justo en el momento en que yo más necesitaba paz y tranquilidad? ¿Será porque las dos pelearon por cosas insignificantes como por ejemplo, quien era la primera en salir del coche o

Si, eran ese tipo

No es fácil reconocer esto. Así como tampoco es fácil revivir esa etapa de mi vida, porque, siendo honestos, me odiaba a mí misma cuando me sucedían esas cosas. ¿En qué me había convertido que tenía que gritar a las dos preciosas personitas que más amaba en la vida?
Déjame contarte como era mi vida en aquel entonces:
Mis distracciones:
El uso excesivo del teléfono, la sobrecarga de compromiso, mis extensas listas de tareas, y la búsqueda de la perfección me estaban consumiendo. Y gritarle a los que amaba fue el resultado directo de la pérdida de control que estaba experimentando en mi vida.
Inevitablemente, me derrumbé. Y lo hice precisamente en la intimidad de mi hogar

Hasta que un triste día…
Mi hija mayor se había subido en un taburete y estaba buscando algo en la despensa cuando accidentalmente tiró un paquete entero de arroz en el piso. Una lluvia de diminutos granos se esparció en el suelo. Al ver eso, los ojos de la pequeña se llenaron de lágrimas. Y fue ahí cuando pude ver el miedo en sus ojos al prepararse para el regaño violento de su madre.
“Me tiene


Con una profunda pena, me di cuenta

A las pocas semanas de ese episodio toqué fondo. Fue un momento

Cuando fui abandonando mis distracciones internas y externas, la ira y el estrés que tenía reprimidos dentro de mí lentamente se fueron disipando. Más alivianada, fui capaz de reaccionar ante los errores y malas acciones de mis hijas de una manera más tranquila, compasiva, y razonable.
Por ejemplo, comencé a decir cosas como: “Es sólo jarabe de chocolate. No pasa nada, puedes

Me ofrecí a sostener la escoba mientras ella barría un mar de cereales que cubría el piso. (En lugar de quedarme de pie junto a ella con una mirada de desaprobación y absoluta molestia.)
La ayudé a pensar donde podrían estar sus lentes. (En lugar de quejarme por su irresponsabilidad).
Y en los momentos en que el agotamiento y la rabia estaban a punto de ganarme, entraba en el cuarto de baño, cerraba la puerta y me tomaba un momento

Con el tiempo, desapareció el temor que una vez brilló en los ojos de mis hijas cuando estaban en problemas. Y gracias a Dios, me convertí en un refugio al cual acudir en tiempos difíciles, en vez de ser un enemigo de quien huir y esconderse.
No sé si hubiera escrito sobre esta profunda transformación si no fuera por el incidente ocurrido el último lunes. En ese momento

De pronto los últimos tres capítulos que había estado corrigiendo desaparecieron frente a mis ojos. Pasé algunos minutos tratando de volver a la última versión del manuscrito. Cuando eso falló, intenté buscar si tenía guardada una copia de seguridad en la computadora. Al darme cuenta

Pero no pude porque ya era la hora de recoger a los niños de la escuela y llevarlos a natación. Con gran moderación, cerré mi laptop muy tranquila y me recordé a mí misma que podría haber tenido un problema mucho peor que volver a escribir estos capítulos. Entonces me dije: no hay absolutamente nada que pueda hacer sobre este problema en este momento.
Cuando mis niños entraron al auto, inmediatamente se dieron cuenta

Sentí ganas de gritar: “¡Perdí tres días de trabajo

Tuve ganas de pegarle un puñetazo al volante porque el último lugar donde deseaba estar era sentada en el auto. Quería ir a casa y arreglar mi libro, no llevar a las niñas a natación, escurrir sus trajes de baño mojados, peinar sus cabellos enredados, hacer la cena, lavar los platos y acostarlas.
Pero en lugar de eso, dije con calma: “Me pone mal hablar en este momento. Perdí parte

“Lo sentimos mucho”, dijo la mayor. Y entonces, como si supieran que yo necesitaba soledad, se quedaron tranquilas todo el tiempo que estuvieron en la piscina. Durante el resto del día estuve más calmada que nunca, no les grité e hice mi mayor esfuerzo para no pensar en el asunto del libro.
Al final del día, después de acostar a mi hija menor me senté al borde de la cama de la mayor para conversar un rato con ella.
“¿Piensas que podrás recuperar tus capítulos? Me preguntó.
Y ahí fue cuando comencé a llorar, no tanto por los capítulos perdidos, ya que sabía que los podría reescribir. Sino que mi angustia tenía más que ver con lo agotador y frustrante que puede ser escribir y editar un libro. Había estado

Para mi sorpresa, mi hija se acercó y me acarició el pelo suavemente mientras me decía unas palabras muy tranquilizadores: "Las computadoras pueden ser muy frustrantes", "Yo podría echar un vistazo para ver si podemos recuperar los capítulos.” Y finalmente: "Mamá, tu puedes

En mis momentos difíciles, allí estuvo ella alentándome, muy paciente y compasiva, sin aprovecharse jamás de mi momento de debilidad.
Mi hija no habría aprendido nunca a ser empática si yo hubiera seguido siendo una gritona. Los gritos apagan la comunicación, rompen los vínculos, hacen que las personas se separen en lugar de acercarse.
"Lo importante es... que mi mamá siempre está ahí para mí, incluso cuando

Lo importante es… que no es tarde para dejar de gritar.
Lo importante es… que los niños perdonan, especialmente si ven que la persona que aman está tratando de cambiar.
Lo importante es… que la vida es muy corta para enojarse por pequeñeces como el cereal derramado o zapatos fuera de lugar.
Lo importante es… que no importa lo que pasó ayer, hoy es un nuevo

Hoy podemos elegir responder pacíficamente.
Cuando lo hacemos, le estaremos enseñando a nuestros hijos que la paz construye puentes, puentes que nos llevarán lejos de los problemas.
Traducido y adaptado al español por Maia Fernandez del artículo original en inglés “The important thing about yelling” de Rachel Macy Stafford publicado en su blog "Hands free mama".
FUENTE: http://familias.com/importante-deja-de-gritar
lunes, 9 de diciembre de 2013
domingo, 8 de diciembre de 2013
jueves, 31 de octubre de 2013
Niños tiranos. Territorios súper - padres. Julia en la Onda.
"Hace falta una tribu para educar a un niño"
sábado, 28 de septiembre de 2013
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